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La Caída de la Ciudad Flotante

Nadie podía creer lo que estaba ocurriendo. La tan invencible y suprema ciudad de Gondoa caía de los cielos. Un rayo había atravesado su tan proclamado escudo y como si de una espada cortando un trozo de rama se tratara, un tercio de la isla se separaba de su totalidad. Los que vivíamos cerca no sabíamos cómo ni porque, pero la historia estaba a punto de cambiar en ese mismo segundo en el que la ciudad se iba a derrumbar sobre las aldeas cercanas. De repente, miles de figuras salieron flotando del escudo mientras éste mismo se deshacía. Iban a usar el escudo como un amortiguador para dar tiempo a los habitantes de abajo a escapar.

 

Todo eran gritos, terror, caos y confusión. Una figura armoniosa descendió rápidamente flotando de la ciudad. Su figura quedo suspendida en el aire y su poderosa voz se alzo por encima de todo el griterío. Todos se giraron para mirarla, una pequeña niña de cabellos blancos y hermosos ojos color ámbar flotaba con suavidad. Cerró los ojos y comenzó a cantar.

 

El aura se lleno de calma y serenidad y los ciudadanos empezaron a abandonar las aldeas mientras los objetos más preciados que aparecían en sus mentes iban siendo transportados a los puntos de localización establecidos. Entonces un rayo volvió a retumbar en el cielo dirigido contra la pequeña figura que cantaba. Dos figuras se interpusieron en la trayectoria y lo desviaron.

 

Eran dos jóvenes de cabellos castaños y ojos color miel. Gemelas. Una llevaba un cetro rematado con una esfera negra con una perla blanca y la otra llevaba una espada con la empuñadura rematada en una esfera blanca con una perla negra. Varios rayos más intentaron alcanzar a la niña sin éxito. Las gemelas juntaban las esferas de sus armas y creaban un escudo perfecto en equilibrio. Los largos minutos que duró la evacuación parecieron siglos mientras el islote caía inexorable hacia las aldeas.

 

Los cabellos blancos de la niña empezaban a teñirse de un negro caoba con lentitud y su rostro se perlaba de sudor. Una cuarta figura se unió a las tres ya presentes en el aire. Era un joven de cabellos rojos como el fuego y unos ojos grises. Tomo las muñecas de la niña con delicadeza y le besó la frente "ya están todos a salvo, para antes de que te agotes hasta el extremo". La niña abrió los ojos con lentitud, sonrió y cesó su canto. Entonces el islote se precipito velozmente hacia el suelo. Las aldeas quedaron destruidas completamente y los edificios de la isla se derrumbaban como si no fueran más que arcilla. La niña se acurruco en los brazos del joven con sus ojos llenos de lágrimas. Había acabado una era y ya nada sería como antes. El joven la estrechó más entre sus brazos viendo la fragilidad y el dolor en su bello rostro y suspiró.

 

"Señoritas debemos irnos antes de que empiece la fiesta, no está como para atender a los curiosos". Las gemelas cruzaron una mirada y asintieron. La del cetro hizo un movimiento circular y una media luna fue abriendo un espacio negro en el cielo azul. Las cuatro figuras lo atravesaron y el espacio se cerró tras ellos. Una joven se levantó entonces de un árbol cercano. Su hermoso pelo azul turquesa ondeaba al aire que se había levantado. Su mirada parecía perdida. Un pequeño roce en su pierna la espabilo. Un gato negro se rozaba contra su pierna reclamando atención. Ella lo cogió con ternura entre sus brazos."Si ya lo sé, parece que la partida comienza y todos los jugadores están en escena. Tendremos que mover ficha pronto". Acarició al gatito con suavidad antes de perderse en la densa arboleda.

 

En uno de los puntos de refugiados una joven de cabellos negros golpeaba nerviosamente el pie contra el suelo esperando su turno para recoger sus pertenencias. Por fin llegó su turno. La maga le entrego la caja con reticencia. La joven de cabellos negros chispeaba pero esperó con paciencia a tenerla en sus manos. Había estado en Gondoa antes. Era una renegada, la vida allí era demasiado para lo que ella estaba dispuesta a soportar. Se le había privado de sus poderes, o eso habían pensado. Ella había sido mas lista había anexionado su magia a una daga y preparado una caja para evitar que las radiaciones fuesen detectadas cuando fuera el momento.

 

Así comenzaron los días que posteriormente serían conocidos en la historia como la caída de los hechiceros orgullosos.

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